domingo, 27 de diciembre de 2015

ARTÍCULO 10. Las vacaciones del certificador energético



No voy a explicar nada nuevo aquí que no se haya leído en numerosa bibliografía sobre coaching, gestión empresarial, ventas, etc., así que esta vez no seré demasiado original. Desde que soy autónomo puro me encanta esa sensación de ser uno mismo el principal responsable de su destino. Cierto es que los riesgos son mucho mayores porque los autónomos funcionamos como los motoristas: si nos caemos, solamente nuestro cuerpo será el que absorba el leñazo. Por eso debemos ir provistos de un buen mono de trabajo, un mejor casco y también deberemos saber caer.
Siguiendo este hilo, reconozco que unas vacaciones tomadas como autónomo no tienen absolutamente nada que ver con las que tomaba hace años como asalariado. Para empezar, el trabajador por cuenta propia suele ser un apasionado del producto que vende (y si no lo es, mal asunto), así que en muchos casos, para él trabajar será como estar de vacaciones permanentes. Si continuamos con este razonamiento, llegaremos a la conclusión de que el autónomo feliz con su actividad no necesita las vacaciones. (Ojo, estar feliz no significa que nuestro autónomo tenga un éxito extraordinario, ni siquiera que tenga éxito, sino que hace lo que quiere). Bien, eso es una verdad a medias. Es cierto que la vorágine de buscar clientes y realizar trabajos sin horarios fijos puede originar en el autónomo una sensación de non-stop permanente muy curiosa: No genera el mismo estrés que hallamos en las miles de las caras que nos encontramos en el transporte público durante la hora punta. Más bien se tratan de ocasionales sobrecargas de trabajo que se encajan con deportividad, porque como dice el refrán, “sarna con gusto no pica”.
Pero… ¿son entonces necesarias las vacaciones para un autónomo? ¡Sí! Y solamente nos daremos cuenta de ello cuando paremos. Si somos certificadores energéticos, debemos ser precavidos y detener nuestra producción en momentos estratégicos. No se pueden enumerar reglas de manera generalizada porque dependen absolutamente de la población en donde nos encontremos, incluso el barrio donde residamos o tengamos el estudio. Así pues, si ejercemos en un núcleo turístico, no es conveniente irse de vacaciones en Agosto, porque es muy posible que tengamos multitud de encargos al proliferar el alquiler de apartamentos. Pero si ejercemos en una ciudad dormitorio, entonces sí que debemos parar en la época donde todo el mundo deserta a la playa o montaña. En definitiva, es necesario realizar un análisis previo para detener nuestra actividad durante una o dos semanas con el fin de que no se resienta nuestra economía de manera notoria. Y siempre deberemos acabar escrupulosamente todos nuestros trabajos pendientes, y si en última instancia, nos entra algún proyecto nuevo inesperado, negociar con el cliente para posponerlo hasta nuestra vuelta... o posponer las vacaciones. Somos nosotros nuestros jefes, recordémoslo.
Y cuando nos retiremos a un enclave alejado a disfrutar de “esas otras vacaciones de uno mismo”, como recomiendan tantos expertos, es fantástico mirar hacia atrás para ver con calma qué objetivos se han cumplido y cuáles no; e imaginarse metas nuevas que nos hagan especial ilusión y, de paso, hagan crecer nuestra capacidad de negocio. De esta manera, mientras el fantasma del síndrome postvacacional ataca por doquier, nosotros estaremos deseosos de volver al tajo con una pila de proyectos por cumplir.

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